Una clavera de tiempos prehispánicos nos recibe en la entrada de las Criptas de los Obispos
Entramos por la puerta lateral de la Catedral, que abre hacia el poniente. Nuestro
instinto nos lleva a ver hacia arriba. En frente, vemos el altar principal, desde una perspectiva inusual, de lado a lado atravesando la cruz latina.
Esta Catedral evoca la Asunción de la Virgen, y los arquitectos compartieron una conspiración de trasmitir la gloria de ese momento final de la vida de María en cada espacio y en cada esquina. Atraída por la luz, nuestra mirada asciende, poco a poco, como el incienso, escalando las sobrias pero impresionantes columnas románicas, hasta llegar por los cuatro peniches a la cúpula, que parece flotar, como un sueño. La luz es matutina, mística y mágica, creando destellos de caleidoscopio.
La vista gira lentamente hacia la derecha. Seguimos los destellos de luz. Vemos la Puerta del Coro, el gran órgano mexicano, y luego el órgano español, y finalmente terminamos en los dos grandes medallones de María.
Abajo de uno de los medallones se encuentra una escalera, que va hacia abajo, a un nivel cuyo acceso requiere de un permiso especial para entrar: las criptas de la Catedral. En la foto, vemos como nuestra guía, Teresa Bermúdez, nos muestra a nuestro grupo el sarcófago del Arzobispo Juan de Zumárraga, en las Criptas de los Obispos..
Sarcófago de Juan de Zumárraga y Pudridero en la parte superior izquierda de la foto.
Cuando se muere el Arzobispo de México, no se crema su cuerpo, sino que sus restos se depositan en una gaveta de piedra, llamada Pudridero, para la descomposición natural de su cuerpo durante un periodo de 20 años. Cuando solamente se quedan los puros huesos, se pueden depositar en una criptas de la cripta arzobispal, abajo del altar principal de la Catedral de la Ciudad de México.
En esta caverna subterránea, al final de un pasillo largo, con mas de 5,000 gavetas insertadas en las paredes, donde toman su ultima residencia tantos antepasados nuestros.
Sin embargo, la descomposición no sucede siempre. En algunos casos, el cuerpo queda incorrupto. El cuerpo del Monseñor Darío Miranda, quien fallece en 1977, pero después del periodo establecido, queda en estado incorrupto.
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